Con derecho a sufrir

16/05/2011 admin

Exactamente eso es lo que significó la victoria maña de ayer por la noche. El gol de Leonardo Ponzio es un cheque-regalo por todo el sufrimiento y toda la esperanza que pueda acumular la afición blanquilla de aquí al partido del Ciutat de Valencia.

En la primera jornada de horario unificado de la temporada, con los cronos de la Romareda apagados, con todas las ondas hertzianas enfocadas a un mismo punto de la ciudad, con el cierzo haciendo cabriolas sobre el césped y con la convicción de que ayer podía ser el último día del resto de nuestras vidas. Así se fue llenando poco a poco la grada del estadio zaragozano para salvar el primer match ball en contra. No se si es posible explicar con palabras, si existen palabras suficientes en el María Moliner para describir lo que siente un aficionado cuando el colegiado da el pitido inicial de un partido a cara o cruz como el de ayer. No es lo mismo que una final, en la que siempre te queda el consuelo inmediato de haber llegado hasta ahí, es una punzada en el corazón que te oprime y no te deja respirar porque sabes que si no ganas no habrá consuelo posible, no habrá nada, ni un solo abrazo ni caricia que te saque del estado de nihilismo en el que entra tu espíritu. La impotencia en grado máximo porque que ese gol lo sea o que aquel otro no entre no depende de ti y sin embargo es por la escuadra de tu alma por donde se va a colar.

Así las cosas, es de imaginar que ayer en la grada, ayer en el césped, ayer en el banquillo del Real Zaragoza había de todo menos tranquilidad y pasividad. Tensión y concentración. Los dos duros varapalos frente a Osasuna y Real Sociedad habían dejado al equipo maño en una situación muy delicada de cara a su enfrentamiento con el Espanyol de Barcelona. La combinación de resultados dejaba como única posibilidad la victoria y tanto el empate como la derrota tiraban al Real Zaragoza a segunda división.

Fue entonces cuando la peor plantilla de la historia volvió a demostrar que tal vez lo sea pero también es de las que más pundonor y orgullo tiene. Cuando el “vasco” Aguirre llegó en la jornada doce para dirigir al equipo frente al Getafe de Michel, estábamos en el puesto veinte, con tan sólo un partido ganado y siete puntos en el haber. Tardamos ocho trabajosas jornadas en salir del descenso. Ya habían pasado los Reyes Magos en camello cuando empezamos a creer que podía ser, que había esperanza y que esta liga tan larga tenía un hueco para nosotros. Desde el mes de enero la peor plantilla de la historia se ha vaciado, ensayando hasta lo que jamás imaginaban que podrían ser capaces de hacer para comprar este último billete para un tren que ya está arrancando sobre los raíles. Una de las claves para llegar a tiempo a las taquillas ha sido el centro de campo y ayer se volvió a demostrar que este equipo respira por la entrega de Gabi y Ponzio y camina por el cuentagotas futbolístico de Ander Herrera. Fundamentalmente ayer fue el rosarino, Leonardo Daniel Ponzio, el que le puso el coraje necesario para salir a flote mientras que Gabriel Fernández acusaba la dureza de un año agotador. Aprendimos de los errores de los anteriores partidos y la presión se ejerció varios metros por delante de la defensa y no en línea con ella lo que hizo más fluidos los balones que llegaban a un incansable Ángel Lafita y un desafortunado Uche. En la segunda línea, Ander y Boutahar hicieron que la acción más repetida de la primera parte fuesen los saques de puerta de Kameni. Las jugada más peligrosa fue un disparo lejano y escorado de Leo Ponzio que finalmente Kameni puedo sacar. Una y otra vez la ansiedad frenaba el ánimo zaragocista.

Entre tanto, en la parte de atrás Da Silva se hizo muy grande al lado de un Jarosik lento, muy lento y desacertado que puso un nudo en la garganta maña cuando falló el control de un balón que dejó a Callejón sólo frente a Leo Franco, quien demostró oficio y experiencia para sacarlo. También demostraría minutos más tarde nerviosismo e imprecisión.
Sin hacer un juego limpio y sin un orden táctico claro, sin saber rasear la pelota cuando el viento del Moncayo no se quiso perder la fiesta, el Zaragoza era dueño por una vez de su destino cuando enfilaba el túnel de vestuarios. No sabemos si en algún momento tuvieron la intención de bajar los brazos pero había treinta mil brazos levantados por ellos. Las bufandas al aire y esa sensación maravillosa de no oir tu propia voz en mitad de un estadio lleno con tu gente. Comenzó con el mismo planteamiento la segunda mitad con la salvedad de la entrada de Sinama Pongolle por Uche. ¿Cuánto tiempo llevamos? ¿cuánto queda?, ¡no perdáis ese balón ahí!, la telepatía funcionó porque Ponzio salió como una exhalación a por un balón rechazado en la frontal del área españolista y nosotros tras de él para dispararlo hasta el fondo de las redes. Seco y fuerte pegadito al poste. La vida, el concepto balón de oxígeno se queda pequeño para explicar lo que significa ese gol. La vida.

A diferencia de lo que ha ocurrido en otros encuentros, la zaga zaragocista se mantuvo adelantada y la presión se ejerció sobre la primera línea de defensa periquita. A ello ayudó la velocidad de Bertolo que sustituyó a Said Boutahar. El conformismo no formaba parte del itinerario esta vez. Otro jugador llegado de la fila del paro, Maurizio Lanzaro, cumplió con el nivel que exigía la transcendencia del partido taponando el lateral derecho y apoyando en el ataque. Aun así, un cuento en el que el protagonista es un leoncito con pantalones azules y camisetita blanca nunca puede acabar sin su dosis de tragedia griega, de hecho, a este león de fábula se le escapan las perdices siempre antes del final. Casi de la misma manera que se le escurrió de entre las manos el balón a Leo Franco en la mismísima línea de gol. Catalepsia colectiva en la grada del municipal. Logró sacarlo una vez y se lo dejó fácil a Álvaro que no encontró la meta porque entre él y la red estaban Leo Franco, sobre él Ponzio, más sus nueve compañeros sobre el campo, Aguirre, los del banquillo, el delegado y el utillero, los de la grada, todos los jugadores de las categorías inferiores, una docena de recogepelotas, veintidós mil abonados, los doscientos mil que cabemos en la Plaza del Pilar, la Virgen del Pilar, San Valero, el Ángel Custodio y hasta los que se fueron. No podía entrar, imposible que pasara.

Y ya, el árbitro pitó el final, Obradovic y Da Silva siguieron corriendo hasta que el linier les detuvo. Defendiendo la victoria hasta el final y más allá. Más allá, en el centro del terreno de juego, Ander Herrera se quitaba la camiseta y a nosotros se escapaban las lágrimas al decirle adiós a uno de los nuestros al que tan sólo le queda una promesa por cumplir. No nos falles.

Ahora ya se ha terminado la Liga. Ya no juega nadie con nadie, ya no cuentan los puntos. Ahora sólo queda la final. El Ciutat de Valencia tiene que ser nuestro Wembley… o no, mejor, nuestro Parque de los Príncipes, nuestro Calderón, el Montjüic de nuestro sueños, ese Camp Nou de nuestra nostalgia. Contra el Levante jugamos todos, todos juntos, todos los que ayer no dejamos que ese balón maldito nos mandase al infierno.


Ficha del partido:

Real Zaragoza: Leo Franco, Lanzaro, Jarosik, Da Silva, Obradovic, Gabi, Ponzio, Boutahar (Nico Bertolo, min. 60), Ander, Lafita (Braulio, min. 90) y Uche (Sinama P., min. 45).
RCD Espanyol: Kameni, Chica (Rui Fonte, min. 70), Amat, Galán, Raúl R., J. López, Verdú, Callejón (Isaías, min. 60), Luis García, Osvaldo e Iván L. M. (Álvaro, min. 60).
Goles: 1-0, Ponzio (min. 55).
Árbitro: González González (comité castellano-manchego). Amonestó por el Real Zaragoza a Ander (min. 43) y Gabi (min. 79). Sin amonestados por parte del Espanyol.

Anjuel&Salduie

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