El Real Zaragoza enlaza la segunda derrota consecutiva de la temporada frente al Lugo.
DERROTADOS
La segunda derrota consecutiva del Real Zaragoza ha destapado el catálogo completo de carencias zaragocistas. Lo que comenzó con la magnífica victoria de Oviedo ha devenido en un cúmulo de fallos puntuales, globales, individuales y colectivos que han arrastrado el buen ánimo maño. Lo que ocurrió en Almería podría haber quedado en una mala tarde si no hubiese llegado este sábado el Lugo a la Romareda.
La ausencia de Igbekeme en la medular era el reto del once de Idiákez y el vasco apostó por suplir músculo por técnica al introducir a Buff. La indolencia del suizo hizo que la total responsabilidad de recuperación y elaboración recayese en Zapater, absolutamente desbordado y desacertado, y en Javi Ros que se hizo pequeñito en un lugar indefinido entre la defensa y la inalcanzable delantera.
Sin embargo, las primeras opciones fueron blanquillas haciendo gala de la dinamita con la que cuenta arriba. Dinamita mojada en este caso ya que Gual sigue sin encontrar su sitio, sin saber si tiene que caer a banda, bajar a por el balón o rematar la jugada. Lo más reseñable una internada de Lasure hasta línea de fondo que no encontró quien diese final feliz a su pase. Tampoco encontró quien conectase con él en lo que restó de partido.
El Lugo se agrandó en el medio campo, se ordenó y aprovechó un partido que se le puso de cara con el gol de Pita en el minuto veinte. Desde medio campo, con el sol en la cara de Cristian y por el centro de una portería desguarnecida. Un gol imparable, inesperado y que sólo se dan muy de vez en cuando. Nada suficiente para aplacar el ánimo zaragocista.
Lo que apagó las gargantas a lo largo de los noventa minutos fue ver como lejos de reaccionar los lucenses se fueron asentando y haciéndose con el campo, con el ritmo y con el cronómetro. Cuando a la reanudación, con la entrada de Papu por Buff que otorgó más trabajo y verticalidad al juego zaragocista, Dongou se adelantó para rematar el segundo a las redes se acabó el partido.
La última media hora fue una demostración de impotencia en la que los gallegos se arrastraron, literalmente, por el suelo para apurar segundos al reloj. Ordenaron una defensa de cinco para abatir las intenciones locales y abatieron hasta el enfado de la grada que se sumió en la misma pasividad e insidia que el equipo.
Ni la entrada de Soro reanimó a un equipo que adoleció de lo único que nunca se perdona en la Romareda, de ganas, de la rasmia suficiente para intentarlo.
Perder es parte del juego, puede ocurrir, lo que nunca puede darse es la derrota y ayer el Real Zaragoza salió derrotado. Lo obligado ahora es levantarse. Apostar por lo que nos hace brillar, por la velocidad, la fuerza, el toque y el juego en equipo, donde nadie se esconde. Veremos si Imanol Idiákez sabe retomar el vuelo después de la caida libre en la que estamos desde el partido de Copa frente al Deportivo. Lo veremos el próximo viernes en Albacete.
*Foto: realzaragoza.com
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