La lluvia, el frío y un resultado insustancial se conjuraron en la Romareda el pasado sábado para helar hasta los huesos a la afición. Lo primero y lo segundo lo habían anticipado los partes del tiempo, lo tercero creíamos que se había quedado en 2017. Propósitos de año nuevo, más goles, más fútbol y, por favor, una victoria -más de una a poder ser-. Pero entre charco y charco el Real Zaragoza volvió a ser el mismo equipo impotente de siempre.
La lluvia, el frío y un resultado insustancial se conjuraron en la Romareda el pasado sábado para helar hasta los huesos a la afición. Lo primero y lo segundo lo habían anticipado los partes del tiempo, lo tercero creíamos que se había quedado en 2017. Propósitos de año nuevo, más goles, más fútbol y, por favor, una victoria -más de una a poder ser-. Pero entre charco y charco el Real Zaragoza volvió a ser el mismo equipo impotente de siempre.
El Barça B era un rival asequible para iniciar un nuevo rumbo, iniciar una racha que reanimase el pulso de la temporada. Sin embargo, el planteamiento de Natxo González fue el de siempre a pesar de los condicionantes meteorológicos y de la ausencia de los delanteros titulares del equipo. A Borja Iglesias lo sustituyó un Vinicius que trabaja bien en la segunda línea pero que carece del carácter necesario de nueve. Papu no es Toquero, es evidente y pese a ello durante la primera mitad ellos dos y Pombo afinaron el cerco a la portería de Ortolá. Aprovechando las buenas condiciones del área del fondo norte hasta dos balones fueron repelidos por los postes mientras que en el fondo sur Delmás, Verdasca, Grippo y Lasure se aliaban con el agua para frenar los ataques, pocos, de los catalanes.
La primera mitad, dejó un cierto sabor a que podía ser, que esta vez se podían conseguir los tres puntos a la vez que el paso de los minutos también alejaba el área buena de las oportunidades de gol.
A la vuelta del descanso, efectivamente, los charcos esperaban a las piernas cansadas de los delanteros blanquillos y le tocaba redoblar esfuerzos para la medular de Guti, Ros y Eguaras. Ellos cumplieron su parte mientras el físico les respetó pero en la primera ocasión con la que contó el equipo barcelonés Abel Ruiz atinó a desarbolar a Julián Delmás y encontrar el pasillo entre las piernas de Cristian Álvarez.
Más de los mismo. Más de lo que ya sabemos y más partidos en los que parece que sí pero siempre es que no. Sin reacción ni cambio porque en el campo anegado la solución del entrenador fue introducir toque y pase corto con Febas quien aportó por superioridad técnica -quien es bueno lo es hasta en un patatal- pero no evitó que los minutos de sobra que había para remontar se escapasen en balones frenados en banda, rondos al borde del área y la excepcionalidad del disparo rotundo de Guti que dispuso el uno a uno en el marcador.
Y cuando quedaban más de quince minutos para hacer positivo el esfuerzo ejercido por los blanquillos el entrenador decidió descabezar al equipo, retirar el punta de referencia e introducir más toque con Buff que se diluyó en la lluvia. Sin nadie a quien enviar balones que sorteasen un césped impracticable el desgaste y crecimiento de Eguaras y Guti fue inútil. La entrada de Zapater en el minuto ochenta y seis casi un broma si no fuese por lo serio de la situación.
Porque cuando termina el partido, cuando terminamos el lamento del casi, de lo podría y no es, nos queda la indiferencia de una jornada más en el pozo y bajando. El hastío de ver correcciones ni alternativas, la incredulidad de afirmaciones casi insultantes sobre el satisfactorio rendimiento de un equipo que no sabe competir. Viven en un entrenamiento continúo que consume jornadas sin resultados. Porque la defensa nunca es lo suficientemente sólida y porque los atacantes nunca tienen hambre de gol suficiente y prefieren gustarse buscando un pase más, perderse en un regate insustancial más.
Y así llega 2018, heredero de 2017 y sus tristes cuatro victorias locales en liga. Una deuda muy grande para un año tan joven.
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