El Real Zaragoza suma tres puntos más con una victoria por la mínima frente al Córdoba y se aleja de la zona de descenso.
Parece ser que las inclemencias meteorológicas han decidido ser el compañero de juegos favorito de este Real Zaragoza como local. Si las dos últimas jornadas fue la lluvia la que remojó una victoria por la mínima frente al Tenerife y un empate contra el Barça, anoche fue el cierzo seco, racheado y helador el que meció el rumbo del juego y del resultado.
Del mismo modo, el cierzo puede que sea el que ha congelado la capacidad de crecimiento de este equipo que se tambalea entre la falta de ideas de Natxo González para introducir variables en el juego y la falta de ambición y técnica de los jugadores para asumir un rol de liderazgo sobre el césped. Si la cosa bien se empatará o incluso ganará, si no se perderá pero la cosa no mutará para procurar que el resultado sea mejor y de momento la tozudez de los números dice que el resultado está siendo negativo con ocho derrotas y nueve empates en veinticuatro jornadas.
En la noche del viernes -horrible día y horario para un partido de fútbol-, tanto Córdoba como Real Zaragoza jugaron a ser el menos malo. El partido se convirtió desde el inicio en un correcalles donde los andaluces aprovecharon la banda defendida por Benito y la habilidad de Guardiola, Javi Lara y Jovanovic. Por el lado blanquillo la anarquía atacante basada en la calidad indiscutible de Pombo y Febas se truncaba con el juego torpe y lento de Borja Iglesias, desorientado de cara a puerta y perdido en el juego posicional. Desgraciadamente, el gallego parece haber llegado al máximo de su rendimiento sin haber conseguido lo que se le suponía a principio de temporada. Así las cosas, la responsabilidad ofensiva recae en la siguiente línea que ayer sí mostró su cara buena, de tal manera que en el minuto dieciocho un pase interior de Zapater desmontó a la defensa cordobesa y dejó a Pombo en franquía para batir al portero rival.
El comienzo era prometedor y mientras atrás Eguarás se multiplicaba para poner puntos de sutura a las brechas de la defensa que sufría con las llegadas verdiblancas igual que con las de cualquier otro equipo con el que nos hayamos podido enfrentar. Grippo y Verdasca cumplen la función básica exigible a una pareja de centrales profesionales y sufren en los contragolpes por la carencia de velocidad y dejan siempre una segunda opción por la falta de contundencia. Pero son nuestros centrales, los disponibles y con ellos este equipo debe desenvolverse y gracias al aporte de Lasure y la experiencia de Cristian se van solventando los partidos. Todos similares al de ayer. Ninguno más destacable de otro.
En el minuto treinta y seis, un disparo de Javi Ros -otro de los perdidos en la anarquía de la nada- se estrelló en una mano dentro del área y el colegiado designó el correspondiente penalti. A ello se puso Borja Iglesias que si bien es incapaz de acertar a finalizar una sola jugada en gol los disparos desde el punto de penalti no se le estaban dando mal y venía con la revancha en las botas del fallo frente al Tenerife. Pero las meigas al maldecido al punta y de nuevo un disparo flojo acabó en las manos de Kieszek.
El control zaragocista continúo en la segunda mitad, al menos hasta que fisicamente aguantaron los jugadores que poco a poco se fueron apagando y cediendo terreno al Córdoba. Sin embargo, la afición zaragocista ya está acostumbrada al dominio esteril, al juego romo e intranscedente en tres cuartos de campo. Y así fue, con el ay, casi, qué lástima mordido en el labio asistimos de nuevo a la decadencia de los últimos minutos. A falta de quince minutos todo se complicó. Siguiendo su guión preestablecido el míster zaragocista comenzó la ronda de cambios dando entrada al nuevo, a Jesús Alfaro en lugar de Ros mientras Borja seguía languideciendo. LUego Lasure llegó tarde y el fantasma de otro empate sobrevoló desde el punto de penalti del fondo norte a toda la Romareda. Afortunadamente, la sangre fría de Cristian la mantuvo el cierzo a temperatura para acertar a atajar el disparo.
Luego Araujo por Febas lesionado. Verdasca a penas se mantenía en pie con el hombro maltrecho correteando tras los rivales. Para finalizar Valentín para perder tiempo. Y hasta ahí lo que ya sabíamos antes de comenzar y que se puede comentar partido a partido con igual ánimo. La gestión de los cambios en los últimos quince minutos de juego cuando ves sobre el campo boquear a los jugadores, cuando los rivales tiene más fuerza en las piernas que los tuyos, no pasa de ser algo calificable de frivolidad. A tono con la temperatura que desprende el equipo y que va poco a poco contagiando a la grada que vive del calor de su amor propio y el ajeno a un escudo, a su escudo.
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