Caronte era un señor que, según la mitología griega, esperaba a la orilla de la laguna Estigia con su barca para llevar a las personas al otro lado previo pago de unas monedas. Ese trayecto representaba el tránsito a la muerte y del pago al barquero dependía el descanso de las almas. Ahora mismo, al Real Zaragoza sólo le queda llegar a un acuerdo económico para emprender viaje al más allá.
Deportivamente estamos hablando de un equipo descompuesto que aun enfrentándose a los peores rivales posibles en años es incapaz de sacar un resultado positivo. En esta liga más que mediocre, el cuadro blanquillo es colista y con la certeza y resignación por parte de quienes les vemos cada partido de que no se trata de una mala racha o algo coyuntural sino que estamos ante un auténtico desastre colectivo ya que falla desde el concepto de partida en la construcción de la plantilla hasta la disposición táctica en los encuentros. En cuanto a esto de que la pelotita entre o no, Caronte y nosotros somos viejos amigos, el Real Zaragoza lleva cuatro años jugándose el paseo en el Titanic al póker y siempre acaba ganando la mano de farol. Lástima que la partida se vaya terminando y que este equipo ya no tenga nada que poner sobre el tapete. Posiblemente la destitución de Javier Aguirre no solucionase el problema, igual que no terminó de solventarlo ni la de Gay ni la de Marcelino y puede que tan siquiera la de Víctor Fernández, pero sentarse en el banco a ver pasar trenes tampoco.
Y aunque convenzamos al barquero de que aplace el viaje, ¿qué nos quedaría?. Nada. Ciento cuarenta y cinco millones de vergüenza y cero capital humano que vender, sin patrimonio inmóvil que rentabilizar y sin ilusión con la que respirar. La lógica que se impone es la de pedir que la agonía termine lo antes posible, que se liquide el dolor de ver cómo se destruye el zaragocismo. Darle las monedas a Caronte y dejar que cruce en paz a la otra orilla. Sería una solución, huir hacia adelante considerando que aquí ya no queda nada por lo que seguir luchando. Digna y respetable solución.
Pero, si todavía late, si todavía queda arena con la que construir en esta orilla también es digno y respetable quedarse aunque al final nos invadan los franceses y muramos de hambre. Por lo menos habremos muerto en casa, en nuestra casa, en nuestro Real Zaragoza, el de los ochenta años y los nueve títulos, el que aprendimos a querer y que es ese y no podrá ser otro pues refundación no es sinónimo de reencarnación. ¿Y cómo revivir a un muerto? Desde luego cambiando de cirujano. Hablar de la mala gestión de Agapito Iglesias al frente del Real Zaragoza es invocar a las musas de la obviedad así que abreviando diremos que sus años responsable de la entidad han sido nefastos en todos los niveles. Por lo tanto, cualquier futuro pasa por una renovación de los directores de la sociedad. Evidentemente, el señor Iglesias cuenta con el máximo número de acciones, está respaldado por el derecho legal de propiedad. El Real Zaragoza es suyo y aunque quisiera no cabe la posibilidad de que abandone su empresa sin más, salvo disolución de la misma. También sería absurdo pensar en cederle dinero que solventase las deudas a corto plazo si a lo largo de estos años no ha mostrado propósito de enmienda gestora, al contrario, los desaciertos se han ido sumando hasta llegar a la situación de concurso de acreedores.
Bien, diseccionemos los negros nubarrones. No es sólo una cuestión de más dinero ni sólo de cambiar la administración del club sino de ambas. Es decir, la marcha de Agapito tiene que venir dada por una inversión de capital por parte de un ente que ofrezca garantías de gestión. Para ello, es imprescindible el compromiso y el esfuerzo común de todo el zaragocismo. Protesta y propuesta. La protesta: esto no puede seguir así. La propuesta: unámonos para cambiarlo. Pidamos precio a Agapito Iglesias por sus acciones, cada uno que aporte en la medida de sus posibilidades, la mayoría de nosotros somos accionistas –gracias a la donación de Agapito-, invirtamos en lo que es nuestro. Nuestro: del panadero, del frutero, del dentista, del parado que se deja lo que no tiene en el abono, del jubilado que ve los partidos a base de tila, del niño que pisa por primera vez la Romareda y, por supuesto, también del Ayuntamiento de Zaragoza y de la Diputación General de Aragón. ¿Con el dinero de todos, dices? No, con el dinero de los zaragocistas, la administración que se dedique a lo que su nombre indica a administrar, intervención directa y no soslayada, como ha ocurrido en otras ocasiones, de las instituciones para enderezar el rumbo de una de las empresas más importantes de esta comunidad porque de su supervivencia dependen muchos puestos de trabajo, a saber: periodistas, camareros de las barras de la Romareda, camareros de los bares cercanos, los porteros de la Romareda, taquilleros, la dependienta de la tienda oficial, los de la oficina, los que ponen el toldo en vestuarios, los que cortan el césped, limpieza, entrenadores y fisioterapeutas de la Ciudad Deportiva, pérdida de plazas hoteleras, almohadilleros, los puestos de caramelos… etc. En función de esto, dejar morir al Real Zaragoza es dejar morir a un importante sector económico de Zaragoza y en los tiempos que corren es algo que los rectores políticos de Aragón deberían evitar, ser responsables de que no se destruya un motor económico, no porque sea el Real Zaragoza sino con la sensibilidad que se haría con cualquier otra empresa. Empresa es y como empresa debe ser tratada.
¿Y el sentimiento? Ese nos toca a nosotros, a los aficionados, única y puede que exclusivamente. Recuerdo que hace ya bastantes años se buscó el apoyo popular para salvar al C.B Zaragoza, desgraciadamente no se consiguió reunir el dinero que hacía falta y se perdió el baloncesto de élite en esta ciudad. Da miedo pensar que si en su momento no fuimos capaces de juntar un puñado de millones de pesetas para mantener al CAI cómo vamos a sumar cientos de millones de euros para sanear al Real Zaragoza. Da miedo, pero el camino para conseguirlo es intentarlo y el mejor medio que tiene el ser humano para mover su voluntad es el sentimiento. ¿Y tú qué sientes? ¿seguimos o morimos?.
Anjuel&Salduie
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