Cuenta el anecdotario popular que, en cierta ocasión, el central Paco Jémez se acercó a la banda para comentarle a su entrenador que le dolía al pegarle al balón. El que entonces era su técnico en A Coruña, J. B. Toshack, sacó a relucir su más que conocida retranca galesa y le contestó: "a mí también me duele cuando le pegas". Si además atendemos a esa máxima futbolera de que todos tenemos un entrenador intrínseco, ayer en La Romareda no habría menos de quince mil "jotabés" sintiendo dolor viendo cómo trata al balón este Real Zaragoza. En los patios de colegio, a la hora del recreo, hay más orden y concierto que en el juego zaragocista desplegado frente al Real Sporting de Gijón y su incansable "mareona".
De partida, la titularidad de Rubén Micael y Juan Carlos sugería un planteamiento ofensivo en el que la creación, por una vez, primara frente al habitual doble pivote defensivo. Sin embargo, la nulidad del medio portugués para conectar con sus compañeros y su escasa voluntad para ofrecerse en el inicio de las jugadas, hizo que la vertebración del juego pasase por balones largos desde la línea de defensa. Un recurso más, sí, pero un recurso imperdonable para el equipo titular de la ciudad con más días de viento por año de España. La circulación del cierzo sumada a la incapacidad para jugar a pie de césped hizo del de ayer un partido feo y tosco en el que los blanquillos parecían andar a cámara lenta.
Aun así, el primer cuarto de partido tuvo detalles de al menos cierto propósito de enmienda después de los despropósitos de las semanas anteriores. Luis García llegó a levantar el ánimo de la grada con un saque de falta espectacular que sacó Juan Pablo a mano cambiada. Poco después y también por una falta botada desde la banda derecha, vino el primer gol de la tarde y de los maños tras un pequeño barullo en el área chica que resolvió Botía -desafortunadamente para él-.
Hasta aquí existió el Real Zaragoza. Tan sólo pasaron dos minutos antes de que Barral pusiera la igualada en el marcador y todavía no había pitado el árbitro el descanso que los sportinguistas, otra vez Barral, ya habían conseguido su segundo tanto. Barral, él solo, fue capaz de ponerle luz a un gris y simple Sporting que sacó -otra vez- los colores a la retaguardia zaragocista. Lento Da Silva, descolocado Paredes y Lanzaro desbordado en la ayuda a sus compañeros. En la derecha, por donde vinieron los dos goles, fue donde Ponzio naufragó intentando achicar los espacios que dejaba Juárez.
Con la defensa tiritando, el centro de campo desaparecido y el galgo de Boadilla persiguiéndose el rabo, quedaban en un espacio a parte la experiencia de Luis García y la calidad, entrega y disposición de Hélder Postiga quien no sólo vive del desmarque sino que también es el gol de este equipo. Lástima que esto del fútbol sea cosa de once.
A la vuelta del bocadillo, Aguirre decidió defenestrar a Efraín Juárez para el resto de sus días como zaragocista y le hizo abandonar el campo en el minuto trece de la reanudación. Esquivó el lateral una sonora pitada, el colofón de las que llevaba recibiendo desde el inicio del encuentro, al decidir salir del terreno de juego por la banda contraria al banquillo. Entró en su lugar Ortí y aquí vamos a un punto y aparte porque el muchacho lo merece.
Jorge Ortí: dieciocho años de futbolista muy bien aprovechados. Arropado por Luis García y Postiga, el joven canterano peleó y se ofreció en busca de la victoria de su equipo. Aguantó el balón arriba y buscó la portería con la cadencia natural de un delantero. Desde luego, el 26 es un buen cuenco en el que recoger las esencias del zaragocismo sobre las que debe de rotar hacia el norte la brújula de este equipo.
Romo el Sporting, romo el árbitro al que el cierzo le debió de atontar la cabeza y estéril el Zaragoza, la segunda parte podría desaparecer perfectamente de los anales documentales de la FIFA y nadie la echaría de menos. Ya era el minuto noventa y la resignación de la nueva derrota vaciaba las gradas del municipal cuando de repente, Hélder, otra vez Postiga, aprovechó un error defensivo múltiple de los asturianos para recoger un balón al que no llegó Juan Pablo y enviarlo cruzado al fondo de la red de la grada norte.
Dicen que el viento afecta al comportamiento humano y debe ser cierto porque los interminables minutos que pasaron hasta el pitido final fueron de la más absoluta bipolaridad para los que todavía permanecían en el estadio. Tiempo para un par de jugadas de correcalles que tan eficaces fueron para ponernos el nudo en la garganta como para hacernos soñar con una victoria. Ni lo uno ni lo otro. Este Real Zaragoza es un empate eterno, ni fuegos artificiales en el Ebro ni petardos de mercardillo, medianía monótona.
Ficha del partido:
R. Zaragoza: Roberto; Juárez (Ortí, min.57), Lanzaro, Da Silva, Paredes; Ponzio, Rúben Micael (Edu Oriol, min.85); Barrera, Luis García, Juan Carlos (Lafita, min.69); y Hélder Postiga.
Sporting de Gijón: Juan Pablo; Damián Suárez, Botía (Gregory, min.87), Iván Hernández, Canella; Rivera, Eguren; Oscar Trejo (Ayoze, min.76), André Castro, De las Cuevas; y Barral (Bilic, min.78).
Goles: 1-0. min.28. Botía (propia puerta); 1-1. min.30. Barral; 1-2. min.44. Barral; 2-2. min.92. Hélder Postiga.
Árbitro: Ayza Gámez, del C. Valenciano. Amonestó con tarjeta amarilla a Paredes, Juan Carlos, Rúben Micael y Ponzio, por los locales, y a Damián Suárez por los visitantes.
Anjuel&Salduie
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