Noche de domingo, la Alhambra, Luis Mariano, tierra soñada por mí, el sofá, un sándwich, cocacola para todos y algo de comer, el patio de los leones y una cesta de gaticos jugueteando sus tiernas patitas con una pelotita.
Advertimos ya que desistíamos de hacer crónicas y contar cosas de esas de fútbol pero tenemos tanto de que hablar, compañero del alma, compañero. Tantos nudos tenemos que desatar en los flecos de nuestras bufandas. Sí, de las que compramos siendo todavía niños con una ilusión de primera vez, las que regalamos a nuestros sobrinos, la que te regaló tu padre, esa que te compró en el rastro tu madre, las que heredásteis de vuestros hermanos mayores, la misma que llevaba tu abuelo para el frío del invierno en Torrero, sí, justo esa, la que estuvo en París, la que destrozaste en Montjüic de puros nervios, la de Lerín, Lapetra, Marcelino, Canario, Violeta, Ocampos, Arrúa, Señor, Cedrún, Higuera, Poyet, Láinez, Cani, los hermanos Milito y Ander Herrera, que sí, que sí, la de los cinco en el Bernabeu también y la de los seis a Casillas, la del día de la Roma y la que viajó a Leeds, la que vendían a la entrada de la Romareda antes de la promoción contra el Murcia y la que te agenciaste justo antes de jugar contra el Córdoba, la que llevabas en tu mochila a Mallorca y volvió empapada de Castellón. Nuestra vieja y querida bufanda, la que se ha quedado con nuestros mejores besos enredados entre sus tramas azules y blancas, ella está ahora más cansada, deshilachada y perdida en el fondo de un cajón oscuro que nunca.
Fue muy duro ver el partido de ayer. Es muy duro ver cada partido de este Real Zaragoza. Nuestra memoria alcanza a recordar partidos malos, muy malos, pésimos, aburridos, divertidos, intensos, reñidos, injustos, alegres, buenos, muy buenos y mejores. La historia del zaragocismo comprende noche europeas y días en campos de tierra. Lo que no recordamos ni en nuestra memoria ni en nuestra historia es la indiferencia y lo peor de anoche en Granada es que, cuando terminó, ya nos daba igual. Lo bueno no dura y hasta de sufrir se cansa uno.
Indiferente la alineación, irrelevante los cambios tácticos, intranscendentes los jugadores, inocuo el ataque, inactiva la defensa, inoperante en el alma tanto desconcierto, desatino, desilusión y desafecto. El desamor también existe y lleva tu nombre escrito. Da hasta para un bolero todo lo que la medianoche de diciembre nos enseñó ayer. Porque aunque ya no te queramos querer nos dueles muy dentro.
Nos duele ver a un equipo sin fundamentos futbolísticos básicos, sin recursos técnicos, carente de aptitud y actitud, conformista, con unos jugadores que imprimen un tedioso ritmo al juego y que no saben qué hacer con un balón más de tres pases seguidos entre ellos y con un entrenador que ni puede ni, desgraciadamente, parece querer. Nos duele y nos mata el silencio por dentro, ese que se queda dentro por miedo a que de amarte tanto puede que no te ame bien.
Reflexionamos, usamos la asertividad, propósito de enmienda y contrición para volver cada domingo a tu lado, al lado de nuestra memoria y nuestra historia mientras le busca en ellas hueco a este despropósito, al equipo del “vasco” Aguirre, Lafita, Ponzio, Meira, Juárez, Barrera, Paredes, Mateos, Luis García, Edu Oriol, Roberto, Abraham, Pinter, Lanzaro o Postiga, entre otros nombres propios que muchas veces resultan impropios de este escudo y de nuestras bufandas.
Preguntas resumidas en una, ¿tienen soluciones, argumentos y cualidades, este entrenador y estos jugadores para mantener al equipo en la Primera División?. Y hasta aquí quede claro que hablamos del equipo, lo del Club, perdón, Sociedad Anónima Deportiva, es otro cuento antes de Navidad.
Anjuel&Salduie
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