El Real Zaragoza suma una nueva victoria frente al Albacete, por la mínima, y se reengancha a los puestos de ascenso. Acaba la jornada en play off y se acerca al ascenso directo.
En mitad de este invierno tardío, la Romareda reabría puertas en la tarde del sábado para seguir firme en su pulso contra el olvido, frente al ostracismo de la planta baja y el hastío de la estrechez económica. La Romareda, su gente y hasta su propio cemento están en el empeño de volver y eso es lo que reverberó cuando ya se iba el sol.
Las ausencias de Culio y Javi Ros, además de la inesperada lesión de Leandro Cabrera, obligaron a retocar la maquinaria que lleva ya seis jornadas sin caer. Lluis Carreras optó por incorporar al único central disponible, Rubén, para complementar a Guitián y la medular la rediseñó ubicando a Dorca por delante de Erik Morán y a Diamanká en el enlace con el ataque. El Real Zaragoza se encontró incómodo a la hora de acoplar las nuevas piezas, ni Dorca ni Diamanká aportaron la actitud o las alternativas que dan los actuales titulares mientras que Hinestroza y Lanzarote intentaban dar profundidad por las bandas, a la vez que sus compañeros se empeñaban en bombear balones a la espalda que resultaron inalcanzables para Ángel.
Sin mucha claridad en el ataque, la primera mitad pasó sin pena ni gloria, sin inquietud ni entusiasmo, ante un Albacete romo y cándido aunque voluntarioso. Lo cierto es que la solidez defensiva, abanderada por Alberto Guitián, vuelve a ser cuño identitario de este Real Zaragoza y esto permitió que en los noventa minutos la conclusión fuese que la victoria debía caer del lado maño.
Para ello todavía había que laborar mucho. Así, los chicos de Carreras dieron un pasito adelante en la reanudación y Sergio Gil sacó el talento del banquillo para darle más movilidad al centro de campo. El terreno de juego se hizo más ancho en el asedio a la portería de Juan Carlos y empezaron a rondar las ocasiones. Pedro sustituyó a Lanzarote y Abraham hizo lo propio con Rubén a quien su musculatura no le respondió al nivel de la intencionalidad de su juego. Actitud y más actitud, la misma que tuvo Diego Rico para retomar el centro de la defensa con total solvencia y dejar el carril izquierdo a un renovado Abraham que volvía tras dos meses de baja. Actitud, ganas, ir más allá de los noventa minutos, hasta el final sin parar y luego volver a seguir.
Y fue justo ahí donde se enganchó la afición. Ese espacio-tiempo en el que la grada entendió hasta en sus mismos cimientos que volveremos, que nos importa un huevo la segunda división y que yo nunca te he fallado -a veces, sí, no somos infalibles, sólo te queremos-. Nobleza y orgullo, palmadas al viento y bufandas al aire. Básicamente, no es tanto, no es todo pero es la diferencia entre aquel triste gol de Abraham al Villarreal que casi nadie vio y éste, ni siquiera nuestro, que todos gritamos.
Los segundos cuarenta y cinco minutos pasaron entre un nuevo error de Ángel a solas con el portero rival, el banderín del linier que seguía el contínuo fuera de juego de los blanquillos, los centro maliciosos pero bajitos de Pedro y Freddy Hinestroza multiplicándose por doquier. De esta manera, enganchados al juego y al oficio, enganchados nosotros a la rabia de tres años de desierto, fue cuando en el minuto noventa y dos el balón fue de la izquierda al centro, pasó de Erik Morán a Gil que se giró y miró, de Freddy a Rico, de Diego Rico a Abraham que midió, templó y centró para que el balón llegase con más fe que acierto para que acariciase el flequillo de Sergio Gil que estaba donde debía en el momento adecuado. Colaboró a la locura la rodilla de Pulido que encaramó la bola a la red del Fondo Norte.
Justicia. Tres puntos ganados al aburrimiento y sumados con profesionalidad. Suficientes para volver al play off y restarle al ascenso directo. Imprescindibles para reencontrarnos todos en primera línea de fuego y que nadie dude de nuestro paradero.
Seguimos. Tenerife espera.
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