El Real Zaragoza gana por dos goles a uno al Sporting de Gijón y se afianza en los puestos de play off por el ascenso a falta de cuatro partidos para terminar la liga
Hoy escribo desde el fleco de una bufanda vieja agitada al viento por la mano de una niña pequeña, desde el eco de un cántico incansable e instalada en la emoción de saberme parte de la mejor afición del universo.
No esperen de estas líneas que les relaten el increíble partido de Borja Iglesias, quien fue el más listo del recreo en el uno a cero y que remató el maravilloso pase en profundidad de Delmás para cerrar el dos a cero ya por el minuto veintisiete.
Tampoco perderé tiempo en contar la gran progresión de Papu, ni la seriedad de Lasure en el lateral. De Eguaras y Zapater no gastaré palabras para hablar de su fortaleza y recuperación en el medio. Por descontado que no vengo a decir que Toquero es un garantía para recoger los balones en la vanguardia, lo que libera a Borja para actuar de rematador.
Es escaso este relato para alabar las decisiones de Natxo González en las sustituciones ya que apuntaló la medular con Guti y dotó de velocidad y frescura a la contra con Febas y Pombo cuando el Sporting de Gijón amenazaba con el empate.
Tal vez sí pararé, obligado llegando a sus dominios, para agradecer a Cristian Álvarez que defienda este escudo. Es contingente contar que cuando Borja Iglesias dejó de acaparar goles y titulares tomó el relevo este argentino de Rosario al que decirle aquello de “qué bueno que viniste” se queda corto. Optaría más bien por una petición al Ayuntamiento de Zaragoza para que sustituya al Ángel Custodio que flanquea sus puertas con San Valero patrón por una estatua del guardameta. Ovación de pie que se pierde en la memoria de los más veteranos para reencontrarse con otra similar que se ofreciese a un portero en este lugar.
Pero como digo, nada de esto fue relevante el sábado. Más allá del césped hubo la épica de una victoria subrogada. Un partido ganado desde la grada. Una grada entregada a ganar un partido. Un partido que es batalla de una guerra que ya pesa y que estos leones están dispuestos a finiquitar.
La Romareda: el lugar de los sueños, el envase de mil sentimientos, el cemento que cimienta nuestras convicciones, las de saber que se puede, se quiere y se debe.
Desde el minuto uno, desde la mañana al sol preparando el recibimiento, desde el calor de los aledaños en la acogida al equipo, desde la desnudez de nuestras gargantas ardiendo con el himno. Las palmadas al viento, la Romareda vibrando, la nobleza, el valor, el orgullo, Aragón entero conjurando por cada gol empujado por nosotros hasta el fondo del alma negra de este desierto.
Somos más. No jugamos con once, jugamos más. Somos muchos, somos ilusión y somos sus piernas cuando el cansancio apremia, cuando los gemelos de Julián Delmás dicen basta, cuando el área es una utopía para Borja, cuando el balón es demasiado alto para las fuerzas de Verdasca o Mikel, cuando la carrera del extremo se hace infierno en los pulmones de Zapater o Lasure. Cuando eso pasa nosotros corremos, nosotros saltamos, nosotros respiramos. Nosotros y ellos, todos en un único aliento para el león.
Gracias a la vida por ser zaragocista. Gracia por poder contar esta felicidad absoluta sin renuncia.
*Foto: realzaragoza.es
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